Las SalaS
Martes. Son las 19.36 corro. Llego tarde a la función de “Hiroshima” en el complejo INCAA. Y sé que son puntuales. Compro mi entrada con descuento (soy el eterno estudiante), corro. Un chico sentado a una mesa con gente en el barcito del hall, se para y me corta la entrada. Me pregunta si estoy para ver “Hiroshima”. Le digo que sí. Me dice ya larga. Subo por la alfombra. La sala está vacía. El enorme auditorio está vacío. Me siento al medio, hacia delante. Me da paja calcular cuántas butacas hay en ese lugar enorme. ¿Trescientas? Solo en medio de la sala. Tengo en la mochila una botella de Pritty de litro y un pebete de jamón y otro de salame. Debería ser más fácil comer en esa soledad y sin embargo me invade el pudor. Me siento observado. Pasan el tráiler de “El invierno de los raros” y luego empieza una película (su director, con evidentes dotes para el marketing, la vende en sus reportajes como “el primer musical mudo de la historia del cine”) que me aburre bastante pero me deja pensando durante los días siguientes. Pienso que, tal vez, mi poca onda con la peli fue por no estar en el estado (el Estado) correcto para tal empresa.
Ah, y al día siguiente vi "Un cuento chino". Muy divertida. Pero eso es otro estado u otro post.
Y sin querer parecer Quintilín, ¿qué hacemos con el cine vernáculo en esta tensión?
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