Diario de viaje. Día 9
Salir a comer con amigos es otra de las muchas cosas que me gusta hacer cuando estoy de viaje. Ir de tapas, que le dicen. Una ocurrencia que puede empezar en whisky o cerveza, pasar por el porro y el frío hasta llegar (calles abajo, haciendo un río donde el agua es simulacro) a una cazuela reconfortante, un potaje severo y exquisito.
Desembocar, entonces, en la ría de las historias, nunca singular. Memoria compartida (como si pudiera ser de otra forma), un casette que se pasa de bolsillo a bolso y se escucha, se aprende, se goza o se tapa en las ranuritas con un pedazo de papel y se graba y otra vez la vuelta, reescribir las etiquetas del TDK tachoneado.
Cena con amigos es el otro extremo de mi cocina actual: sentarse hablar polemizar /versus/ comer de pie en la silenciosa soledad del acuerdo (Cobain al fondo).
Hablamos de los años perdidos, de una infancia hecha de autocines siniestros o de pitufos, esos engendros que sólo buscaban robarte todos-los-órganos y disponerlos en el mercado negro (lo mercadeado es negro, los mercaderes blancos). Hablamos de salarios, de cine, de ciudades maravillosas, de accidentes, de aparecidos, de gustos, de viajeros y viajes (imagino a Italo Calvino recorriendo de mochila San Pedro, Plottier, Concepción). Hablamos solapadamente del amor, de la no correspondencia, de la potencia, de la ciencia sin felicidad (el amor es arena y sopla con el viento, es lo innumerable y lo supernumerario).
Los diálogos empiezan y terminan en música o libros. Y re-flexiono: en algún momento esos fueron (son) los senderos que se bifurcan: ahí me perdí. Pienso otra vez en pares opuestos (Palahniuk escribió algo perspicuo sobre esta tensión): la música es como un partido de fútbol, un deporte grupal, coreográfico, de roce y filosofías multitudinarias, inclusivo, solidario; la literatura, en cambio, es la secuencia de un tenista, soberbio en la nube roja de polvo, solo en su faena colosal, silencioso, arrojado y narcisista, ninja mental. Yo parado ahí. ¿A quién querés más, nene, a mamá o a papá? ¿Elegiste, nene? ¿Elegiste bien?
El syrah cayó (calló) como una manaza, Robert de Niro haciendo un toro sin bufido pegó y dejó, apenas, una puntita del postre vigilante, ora membrillo, ora batata.
Final de partida, campana. Mañana día laborable. Cepillo de dientes, guantes y protector. Se postergan las alianzas y los puntos abiertos. La noche sigue en otra parte. Y es otra noche. Antes el taxi, hasta la puerta de casa por favor (calle arriba, donde el agua no llega, promesa del cielo que nunca cae, sólo porque nunca va a caer), hasta mañana.
Desembocar, entonces, en la ría de las historias, nunca singular. Memoria compartida (como si pudiera ser de otra forma), un casette que se pasa de bolsillo a bolso y se escucha, se aprende, se goza o se tapa en las ranuritas con un pedazo de papel y se graba y otra vez la vuelta, reescribir las etiquetas del TDK tachoneado.
Cena con amigos es el otro extremo de mi cocina actual: sentarse hablar polemizar /versus/ comer de pie en la silenciosa soledad del acuerdo (Cobain al fondo).
Hablamos de los años perdidos, de una infancia hecha de autocines siniestros o de pitufos, esos engendros que sólo buscaban robarte todos-los-órganos y disponerlos en el mercado negro (lo mercadeado es negro, los mercaderes blancos). Hablamos de salarios, de cine, de ciudades maravillosas, de accidentes, de aparecidos, de gustos, de viajeros y viajes (imagino a Italo Calvino recorriendo de mochila San Pedro, Plottier, Concepción). Hablamos solapadamente del amor, de la no correspondencia, de la potencia, de la ciencia sin felicidad (el amor es arena y sopla con el viento, es lo innumerable y lo supernumerario).
Los diálogos empiezan y terminan en música o libros. Y re-flexiono: en algún momento esos fueron (son) los senderos que se bifurcan: ahí me perdí. Pienso otra vez en pares opuestos (Palahniuk escribió algo perspicuo sobre esta tensión): la música es como un partido de fútbol, un deporte grupal, coreográfico, de roce y filosofías multitudinarias, inclusivo, solidario; la literatura, en cambio, es la secuencia de un tenista, soberbio en la nube roja de polvo, solo en su faena colosal, silencioso, arrojado y narcisista, ninja mental. Yo parado ahí. ¿A quién querés más, nene, a mamá o a papá? ¿Elegiste, nene? ¿Elegiste bien?
El syrah cayó (calló) como una manaza, Robert de Niro haciendo un toro sin bufido pegó y dejó, apenas, una puntita del postre vigilante, ora membrillo, ora batata.
Final de partida, campana. Mañana día laborable. Cepillo de dientes, guantes y protector. Se postergan las alianzas y los puntos abiertos. La noche sigue en otra parte. Y es otra noche. Antes el taxi, hasta la puerta de casa por favor (calle arriba, donde el agua no llega, promesa del cielo que nunca cae, sólo porque nunca va a caer), hasta mañana.
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