La mancha roja, de Fabián Vique
Sobre un lienzo con una mancha roja, la pintora compone una obra en la cual la mancha termina ocupando un espacio mínimo y secundario en el extremo superior izquierdo del cuadro. La pintura tiene el aire casual que va teniendo la colección que, unos meses después, será colgada en una galería de la calle Querandíes.
El día de la inauguración, el público pasa y comenta. Entre ellos, un muchacho que, a la manera de la infortunada de El túnel, se queda mirando la mancha roja. La pintora, esquivando alguna frase elogiosa, mira al pibe que mira la mancha, evoca el momento de la creación, le tiemblan las gambas, se sabe partícipe de alguna clase de ritual cuyas características se le diluyen en el pensamiento como la mancha roja en el cuadro, nexo coordinante o eje cartesiano de una unión fugaz y total, ella, él, la mancha roja.
El pibe siente una especie de mareo que no sabe a qué atribuir, y sale a la calle Querandíes a tomar aire. Un comando extraterrestre que pasaba por ahí lo abduce, lo lleva a otra galaxia y lo convierte en ketchup.
Este texto pertenece a "Variaciones sobre el sueño de Chuang Tzu", Bs. As., Editorial Macedonia, 2009
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