Texto presentación de "Shampú en los ojos" de JORGE NAPARSTEK
Shampú en los ojos. Algún lector un poco atento o preocupado por los títulos puede pensar, tal vez con razón, que “Shampú en los ojos” es el nombre de un libro de poesía joven y modernosa o modernísima o modernosísima, esa vertiente tan desarrollada últimamente en las letras vernáculas, poesía pop, eso que se llama vulgarmente, latamente poesía pop y que mayormente es poesía lata, o a lo sumo vulgar. Sin embargo “Shampú en los ojos”, el libro de Jorge Naparstek que hoy tenemos la felicidad de tener frente a nosotros, es un libro de (ó) en otro tiempo, transversal, antiguo, intemporal.
Times and other thieves, dice Joni Mitchell y esa línea abre este libro. Tiempo que es de “arena entre los dedos” antes que de relojes, tiempo que es escalas de tonos (música o colores) antes que de series numéricas.
No solo es el hecho de que los poemas que componen esta obra son trabajo de años, no son poemas escritos en velocidad de blog. Pero más aún, quiero referirme a un acento, a un carácter, a una sustancia que hace a los poemas de este libro. Es una letra hecha de tiempo, de ese fuego y de esa ceniza. Palabras hechas de permanencia y a la vez del saber íntimo de la finitud. “Tiempo es el enemigo que escapa”, escribe Jorge.
Es una poesía que no indaga en (comillas) la novedad, y sin embargo está hecha de sorpresa, de maravilla, de deslumbramiento frente a lo que late. Una mirada que se alza desde la incógnita y que encuentra preguntas en ese desnudar el mundo, imágenes, conexiones, azares, revelaciones breves pero no, nunca, respuestas, frases cerradas, dictados.
Estos poemas señalan la fatalidad de desviar la mirada o de percibir con otras partes, con otros sentidos. Es la determinación de otra zona áurea, un encuadre que demanda ver de una manera distinta, ver con una película jabonosa en los ojos. Esa es la particularidad del universo que nos trae Jorge, el ojo rasgado, un ojo que se suspende y es atravesado por fuerzas, hacia delante y hacia atrás.
“Tampoco tu ojo es el mismo”, escribe Jorge en la pág. 23. Tuve la suerte de leer el prototexto de “Shampú en los ojos” algunos meses antes de llegar a su versión definitiva. En aquel momento yo estaba convencido de que el libro se sostenía por sobre todo en las imágenes auditivas, que el relato que primaba era el de la percepción del universo a través del oído. Ahora que, impreso, volví a leerlo descubro que estaba equivocado. No deja, por supuesto, de ser el libro de un hombre que entre otras cosas es músico, un libro en el que hay una preocupación fuertemente musical. En la pág. 23 doy con una línea clave: “remontando el nervio óptico”.
Otro encuadre. La mirada se torna tan sutil, tan sesgada, que distingue zonas de lo real inabarcables para un ojo redondo. Así, como el ojo de un esquimal, puede distinguir matices de blancos (en este caso el poeta se detiene en el blanco de las hojas del cedrón). Ese ojo que es capaz de captar, además, “una grieta en la línea de espuma”. El oblicuo de la mirada construye hasta una secuencia hecha de “botella de plástico doblada en dos”, “pinzas de un cangrejo” y “signos de interrogación”.
Los ojos deformados, entonces, están llamados a hacer de lo real, una mirada sobre lo otro. En POSOLOGIA, Pág. 21 leemos: mejor mirar la tarde / lila sobre verde / ella espera / sentada / entre pétalos caídos / sobre un árbol invisible / un carpintero repite su llamado
La mirada se llena de cosas, incluso de cuestiones que escapan al nervio óptico. ¿Es lo fantástico que irrumpe? Todo lo percibido es fantástico. Las imágenes componen, por momentos, fragmentos de un escenario que parece propio de la fantaciencia o como solemos decir, ciencia-ficción. Desde el desfile de planetas y estrellas que invaden la visión hasta el clima enrarecido de comunicaciones en un ciber, que evoca más a un laboratorio de
En
En este paisaje de maravilla hay constantemente una presencia vital, un “coro de hojas”, una voz que se yergue desde la tierra, desde el trabajo y la curiosidad por la tierra. La mención de la naturaleza como parte central en la construcción de esa zona de encuadre del ojo rasgado. No hay contradicción sin embargo entre cultura y naturaleza, entre mundo natural y mundo de tecnologías. Es más bien como si Phillip Kindred Dick y Juan Laurentino Ortiz se dieran las manos y no fueran extraños y fueran a un altar hecho de amapolas, aguas calladas y satélites de ácido rotando.
Leemos en
Ruidos y música que se apoderan de la cotidianeidad para instalar un paisaje mental, un viaje sin movimiento, la transformación de un vínculo traducido a una comunicación tecnologizada como en un juego de caracolas contra el oído donde una promesa de agua nos pierde. Dos mundos que se chocan y de esa explosión dan vida. Y en esa particularidad la amenaza. Esta forma de ser el cosmos, de ser en el cosmos, es ir, precisamente, caminar, como dice Jorge: “escoltados por promesas de tormenta”.
Una última cosa quisiera apuntar. Hay algo que conspira en estos poemas y es indecible. Algo que está vinculado al silencio, al silencio y a la música, a la forma en que se suceden las imágenes, al bordado de un verso con el que lo antecede y con el que lo sucede, la trama que conforman y la silueta que suspenden como una sombra hecha sin luz o de pura luz, como un silencio de blanca en infinito contrapunto con un silencio de negras, como una partitura que fuera una sola nota entre semitonos, imposible de anotar en el pentagrama. De esos materiales sutiles está hecho este libro.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal