martin... en viaje

todo relato empieza con un movimiento, desestabilización del personaje. en este caso, un viaje, una mudanza, periplo. de esto se trata: obviedades y petulancias: un portenio en córdoba

sábado, agosto 28, 2010

Diario de viaje. BA 0.5

Embrutecido por la noche me choco en la avenida vacía con el gentío. Una multitud sólo puede significar un cadáver o una luminaria. La magia de Baires logra fusionar estos menesteres y la gente que se agolpa en la vereda está esperando la aparición de Ricardo Fort. Buenas noches amigos televidentes, estamos en la salida del espectáculo teatral FORTuna aguardando que pase, entre estas dos vallas que restringen el espacio público, la estrella del momento. Estrellas & Momentos, así se llamaría el programa y yo lo conduciría con rubias extensiones.
Fort es petiso, es lo primero que viene a mis sentidos. Mi mamá me enseñó a medir de esta forma a los famosos. Por ejemplo, mi mamá dice que la Legrand no es más alta que ella. Lo que yo veo es que Fort es petiso y Silvina Escudero, que sale después, es flaca. En la calle al millonario no lo espera su publicitado Rolls Royce sino un auto de alquiler nacional de obligados vidrios polarizados. Se maneja con un gesto a mitad de camino entre el goce y el fastidio, posa para la foto celular pero con cara de que le están robando su precioso tiempo. Apura y se mete en el coche que sale a mil para conferirle espectacularidad y ganarle al semáforo.
Parado a veinte metros del epicentro, a medio camino entre el teatro y La Paz, miro y escucho a los feligreses catódicos comentar y festejar. La escena va trasladándose hacia el frente del café donde una enjoyada dama mayor es atosigada por flashes y señoras menos maquilladas. No la reconozco de la fauna televisiva pero después mi mamá me va a explicar que sí, que esa es la madre del chocolatero. Mientras sigo con un ojo el evento veo salir a otra anciana figura del lugar al que Páez cita en su canción más coreada. El hombre es alto, bigote frondoso, bastón. Completamente fuera del asunto, se para en medio de la vereda sin decidirse a llegar al cordón o quedarse sobre la puerta del local. Me lleva un rato reconocer al caballero en suspenso. Sin embargo, no logro entender qué espera. ¿Un taxi? ¿Un acompañante relegado en el local? ¿Una centella? Una eternidad después se detiene en la propia esquina un Peugeot y David Viñas acciona. Durante esta pausa, el circo de cámaras y estrellitas fue disipándose como una niebla sucia. Escenas, dimensiones paralelas en las que el tiempo se condensa de formas variopintas. Viñas rodea el auto para subir por la puerta del acompañante y parece un astronauta orbitando un satélite arenoso. Yo lo miro irse por la Avenida hasta la otra esquina, hasta la luna, hasta que el auto que viene a recogerme estaciona a metros de mis pies.

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