Este texto lo escribí para una publicación amiga, la multicultural revista/objeto Polo Equis (que más allá del sonido nada tiene que ver con las locales Polosecki ni con Ciudad X). En un número editado la semana pasada (dedicado a específicamente a los sucesos neoyorquinos del 11/09/01, de los que se cumplieron 10 años ya...) numerosos gestores culturales, editores, narradores y poetas de América compartieron el relato de qué hacían en el momento en que la Historia levantó la mano. Bueno, aquí mis 150 caracteres de la más confusa y consabida memoria: la propia.
Vivía en Buenos Aires, entonces, y trabajaba en el taller de mi padre. La radio metálica y engrasada bajó el dato curioso: un avión le había dado a una de las torres. El locutor de la AM lo decía con sorna, no era un atentado sino la obra de un distraído. Paré el balancín para escuchar con más atención, llamé a mi viejo. Algo sucedía detrás de la risa del locutor. No hubo forma de seguir con los despachos porque otro avión repetía la pirueta. Salí del taller, me lavé las manos con nafta y luego con el jabón azul Odex. Caminé hasta mi casa. Mi mamá cosía sin ver la llama que a su espalda mostraba el noticiero. Mi viejo llegó después y nos sentamos a ver el fuego y el corte.
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