Estoy a unas horas de ganar una comida. Aposté a que España vencería al mundo y así parece suceder... Si hasta los animales tentaculados parecen confirmarlo. La comida la pagará Fabián, supongo en algunos días. La apuesta es previa al arranque del furor copero, previa a la esperanza devastada, al mal inicio gallego, a la voracidad alemana. La apuesta data de cuando yo pas(e)aba por Baires con una calma chicha y, claro, aún no sabía del viaje. Cómo iba a sospechar el viaje. Y aquí estamos. Argentina afuera, Brazil descartado. Ahí estábamos, esperando un papel, un pedazo de cielo, un destino. Ahí estábamos, como dice el maestro Di Benedetto.
Siempre son tiempos extraños. Escucho a Lenine decirlo en "Paciencia", a Morrison en "Strange days". Veo que un pulpo es amenazado de muerte. Que la Iglesia diagnóstica la peligrosidad de los homosexuales por su tendencia al suicidio. Que el periodista deportivo que gobernó durante añares la ciudad donde nací acaba de morir.
Nacer, morir. Dormir, morir. Viajar.
Alfonsín habla de fairplay con Cobos. Pino, dice Fogwil, nos dará que hablar. Veo los preocupantes números del cabezonismo en ascenso. Con Fabián nos juramos que si el marido de Chiche llega a la presidencia tendremos que, inexorablemente, ir a enseñar español al vecino país falante. Y que la Patria se vaya a tomar por culo.
Ahí estábamos, pensando en permisos y deseos.
Y yo extrañándote. Muerdo la lengua y me corro a leer un pasaje de la mejor novela escrita en lengua castellana (¿española?) durante el pasado siglo. Que dice así:
Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.
Ahí estábamos, por irnos y no.