De noche encendían una vela en la tumba del gato,
de día armaban una cosmología con la soga de saltar,
los pies punteaban el ritmo y su sombra,
la soga se pegaba a la calle,
a veces una piedra salía disparada contra el muro de concreto,
iba del borde de la galaxia ovalada hasta el extremo del espacio.
Pensé en Erika,
aquella que elegí para ser mi mujer a esa edad,
en cómo llevaba al gatito al hombro y se reía.
Contame de la muerte, Erika,
¿es verdad
que los sucesos no se encadenan
y que en el país de la muerte se habla la lengua de la poesía?
Contame si hay diferencia entre la oscuridad y la luz,
si nada se mueve.
Contame si está oscuro allá,
si usás medias, un vestidito.
¿Te ves como la que eras
o la que hubieras sido?
¿O como las dos cosas a la vez?
De noche encienden una vela
y debajo del cielo que oscurece intuyen
que el gato ya no es gato
y que nadie entre los vivos va a tomar
el lugar del que se fue.