lavo la ropa
Lavo la ropa. A mano. En mi vida había lavado algo, como mucho un plato. Las vicisitudes independentistas, la falta de plata y trabajo, lavar a mano. No sé bien qué va con agua caliente y qué con fría. Sé eso de que lo blanco por un lado y lo de color por otro. Tengo un cepillo y una especie de tabla empotrada en la pileta. Frego. Las bachas de lavado están en la terraza en esta pensión. Hay un pequeño tinglado pero da el sol. La tarde es buena y somos varios los que lavamos. Chicas, most of all. Supongo que para los chicos es denigrante lavar y por eso pagan laverraps o suben con la ropa en horarios absurdos, para no ser vistos. Colgamos la ropa en los tendederos, al sol. Me quedo mirando el enjambre de los departamentos vecinos. Una señora enfrente tiende ropa en su balcón. Me quedo solo, con la ropa oscura en la pileta. Lavo. Canto. Es imposible no cantar mientras se lava, sabiduría de esclavas golpeando telas en el río entre piedras y arcilla. Cantar y lavar son una misma cosa. Más aún: el canto es cimiento de todo trabajo. Tristeza del capitalismo: bozales. Las máquinas imponen ritmos y gritan más alto. Abajo se siente una frenada y un crash. No vale la pena que me asome, es el tercero que escucho en la semana. Los cordobeses manejan tan mal como los porteños. Me tengo que acordar de comprar más broches.