Diarios de bicicleta de David Byrne
Trato de explorar algunas ciudades (Detroit, Phoenix, Dallas, Atlanta) en bicicleta, y es frustrante. Las diferentes partes de la ciudad están "conectadas" mediante autopistas, enormes e imponentes corredores de hormigón que suelen aniquilar los vecindarios por los que pasan, y muchas veces también los que se supone que conectan. Las áreas colindantes a las autopistas se convierten inevitablemente en zonas muertas. Lo que queda de esas comunidades amputadas es reemplazado luego por centros comerciales o grandes supermercados aislados en inmensos parkings desérticos, desperdigados, unos tras otros, a lo largo de las autopistas que han acabado con las ciudades que debían conectar.
Me crié en las afueras de Baltimore. Vivíamos justo donde el desarrollo suburbano se había parado (temporalmente), allí donde empezaban las tierras de labranza. Como mucha otra gente, crecí despreciando las zonas residenciales, por artificiales y estériles, pero nunca dejé de sentirme de alguna forma atraído por ellas. Al proceder de lugares tan poco atractivos como estos, no somos y no podremos ser nunca los urbanitas sofisticados de los que habla la prensa, y tampoco somos los especímenes rurales (estoicos, autosuficientes y relajados) capaces de vivir confortablemente en la naturaleza.
En Baltimore, cuando iba al instituto, solía tomar el bus hasta el centro de la ciudad y deambulaba por los barrios comerciales. Era excitante. Las chicas malas iban allí a robar la ropa que les gustaba. Pero el éxodo blanco ya había empezado, y pronto, sorprendentemente pronto, el centro de Baltimore fue abandonado, excepto por aquellos que no podían permitírselo. En muy poco tiempo, se empezaron a ver en muchas calles hileras de casas cerradas con tablas. A finales de los años sesenta aumentaron los disturbios raciales, con lo que más familias blancas dejaron la ciudad y los bares de barrio adoptaron lo que se llamó "arquitectura de disturbio". Este tipo de arquitectura no se enseña en Yale. Consiste en rellenar las ventanas del establecimiento con bloques de hormigón pintado y dejar un par de ladrillos de vidrio en medio. Al otro lado de las vías, más allá de la zona comercial, edificios enteros habían sido simplemente arrasados. Como en el legendario sur del Bronx, parecía una zona de guerra; de alguna forma lo era. Una guerra civil no declarada en la cual el automóvil es aún el vencedor. Los perdedores son nuestras ciudades y, en la mayoría de los casos, los afroamericanos y los latinos.
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