Dos Poemas del Teuco Castilla
SUPLANTACIONES
El firmamento para esa mujer es el oro,
el oro para ese niño
un fueguito en el baldío,
el baldío para una anciana
su juventud en esa fotografía.
Las cosas están soldadas por la desesperación.
Entre ellas, el hombre que las junta,
mientras nada, sonámbulo, en el cardumen de sus antepasados,
y va, tenue de pensamiento,
a ese otro pensamiento
que es la muerte.
Entonces, le unen las manos
para que se toque y se recuerde.
Pero él ya no está,
ni puede reunir sus islas.
La anciana, la mujer, el niño
lo miran irse de la fotografía
hacia el firmamento baldío.
Alguien dice: “son cosas del destino”.
Y lejos, el destino gira,
fuera de sí,
sin porvenir,
como un loco atado
al árbol del fondo de la casa.
VISITA A LOS MUERTOS
“Vamos al cementerio, hijo”. Y compra
unas flores blancas, asinitas
(a ellos los distrae la delicadeza).
Los conoce a todos. Los saluda
como si él también se hubiera muerto.
No sabe que están lejos de ahí, ajándose
como una orquídea en su propia calavera;
no ve cómo se pliega el cementerio
cada pared por cuatro,
no ve el aire encerrado haciendo señas,
ni el número de los nichos
con su uno invisible
al que nunca llegan las escaleras.
“Cuando yo muera, planten una araucaria”,
eso pide, para escuchar el viento.
Ya no me asusto.
Aquí la sombra es blanca. Todo parece
una luna para ciegos.
Hablo con mi abuelo que hace mucho está allí.
Cuento los ángeles.
Voy secando las flores en mi cabeza.
de El amanecido, Leopoldo Castilla, Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2005.
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