Lee de costado
El tipo lee de costado. Ve pasar autos, hombres de traje, hombres llevando niños de la mano, mujeres con ropa deportiva, mujeres con traje, colectivos. Lee de costado y sabe que esto pasa. Terminado el bife, saca un cuaderno y escribe en la mesa llena de migas. Le gustan las historias de hombres que han gastado una vida y levantado una obra como un banco donde ir a orar. O a sentarse. Piensa en hombres que han hecho de la vida un banco pero de esos con caja fuerte, donde los viejos hacen cola una vez al mes para retirar una pensión, una cuota de devolución por los servicios prestados. Lee de costado y le gustan las historias de los hombres que han sido leídos de costado, años después, miles de años después. Piensa que después del bife la mesa es un buen lugar para escribir. Y para seguir leyendo. Como los hombres que admira en esos relatos que se convierten en películas taquilleras, a veces, cuando alguna nova colapsa y se convierte en polvo, un polvo finísimo que cae, sin ruido, sobre los autos en la calle, sobre la cabeza de hombres y mujeres, y se estrella en la vidriera de bares como este. Pide un cafecito antes de agarrar, otra vez, el libro.
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