lugar en el mundo
Desde la primera vez que pisé Córdoba, con intervalos regulares, paso a clavarme un lomito por el centro de la ciudad. Está caro, pero no tiene mucho sentido la vida cordobesa si no es comerse un lomito cada tanto. Mi refugio en el centro se llama BUNKER, está sobre la Avenida Colón y no goza de prestigio. Tiene una decoración que fue herencia de alguna tía apática, carteles desmesurados y mentirosos y mesitas con cerámicos. Las papás siempre son rejillas y podés comer también panchos o hamburguesas.
Ayer, que volví después de varios meses, pensaba mientras comía en el nombre. Bunker también fue el nombre de un mítico boliche que no conocí pero que algunas amigas recuerdan como un templo.
Bunker es el lugar donde me refugié a leer y escribir una tarde de marzo cuando visité por vez primera la ciudad. Como ayer, también hacía frío y tomé cocacola de un vaso de promo de la década pasada, y fui feliz, escondido ahí, entre el olor a frito, un libro y la memoria.
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